viernes, marzo 18, 2011

Así era él, anónimo, sin nombre ...



Él encogió los hombros, movió ligeramente la cabeza y luego me miró con una avidez tan intensa, que juro que estuve a punto de gritar. Era tan cruda y tan absolutamente falta de artificio como el reflejo de mi propio corazón. Dejé veinticinco dólares en la mesa y le seguí a la calle.

En medio del frío, me cogió la cara entre las manos y me besó suavemente, rozando apenas sus labios con los míos. Me encendí por dentro como si me hubiera empapado de gasolina y me hubiera prendido fuego. Me sentía como una adolescente, aquel deseo sexual era tan nuevo para mí como yo lo era para él. Consiguió parar un taxi sin despegarse de mi cara, caímos en la parte de atrás y nos manoseamos como chavales en un baile de graduación.

Frente a nuestro edificio, me beso la nuca mientras yo intentaba abrir la puerta de la calle. Me empujó dentro y me apretó contra la pared. Estaba hambriento, pero era tierno, me besaba casi con reverencia. No cerró los ojos y no los apartó de los míos; yo no quería dejar de mirarle, no podía. No sé cómo subimos los tres tramos de escaleras hasta mi piso, pero lo hicimos.

En la cama, me puse a horcajadas sobre él y le desabroché la camisa. Tenía el pecho y los hombros cubiertos con el tatuaje de un dragón volador con alas totalmente desplegadas, la boca abierta llena de dientes afilados y una serpenteante lengua bífida. Era una obra de arte, dibujada hasta el más mínimo detalle. El dragón estaba furioso, pero era fuerte y bueno, sabio y justo. Debajo se distinguían unas cicatrices, un bulto de varios centímetros en su costado y lo que parecía ser una herida de bala en el hombro. Se quedó quieto mientras le miraba y le pasaba los dedos por el dibujo del tatuaje, sobre las marcas. Me acercó la mano a la cara y la pasó suavemente por mi mejilla, por la línea de la mandíbula. No sé lo que vería en mi cara. Yo me incliné para besarle. Tenía miedo, no de él, sino del potente estallido de fuego y deseo, del caos que parecía reventar los límites de mi vida, antes tan ordenada. Me desabroché la blusa y la dejé caer sobre mis hombros.

Desde el vestíbulo la luz entró en el dormitorio para lamer los valles que formaba su cuerpo. Su clavícula era una cumbre pronunciada que yo rocé con mis labios. Su cuerpo, igual que el tatuaje, era el resultado de muchos esfuerzos y mucha dedicación. Cada músculo estaba trabajado, perfectamente definido, como una dura roca bajo la seda de su piel. Se estremecía con el roce de mis labios. Sentí que se excitaba, y aquella certeza me atravesó las venas como un calambre.

La penumbra sólo permitía ver la mitad de su cara. Seguía con los ojos abiertos y mirándome cuando le empujé de nuevo sobre la cama. Tenía una mandíbula cuadrada y recia, y sus labios no sonreían. A alguien que no supiera interpretar las caras, le habría parecido frío, incluso enfadado; pero yo sabía que había que buscar la verdad en la punta de sus labios y en el rabillo de sus ojos. Allí seguía de nuevo aquella tristeza que yo aún seguía detectando, aquel deseo poderoso que mi cuerpo captaba, y quizá lo que más me conmovía; la vulnerabilidad de alguien que no dejaba que la gente se acercara, que no estaba seguro de poder soportar el placer o el dolor que aquello comportaba.

Me dejó explorar su cuerpo con la boca y con las yemas de los dedos. Yo quería pasear por el paisaje de su físico, andar por aquel sendero sinuoso. Una parte de mí tenía prisa por devorarle completamente, pero sobre todo deseaba que mi lengua probara todos sus sabores. Él fue paciente, pero cuando la desesperación de sus sordos gemidos aumentó, supe que su contención no duraría mucho. En cuanto mis dedos tocaron los botones de sus vaqueros, se puso encima mía. Era tan rápido y tan fuerte que me vi rodeada por sus brazos y le aguanté la mirada, antes de sentir su sacudida. 

Al recordar que me había seguido hasta la cafetería, me sentí entre abrumada y desconcertada durante un segundo. Un poco asustada, con una mezcla de alarma y regocijo.

- Me estás torturandomurmuró.

Entonces sonreí y le rodee con mis brazosMe perdí en el mar de su carne, flotaba en el interior de sus ojos, sentía cómo sus manos fuertes recorrían mi cuerpo. Se estaba alimentando de mí, y yo dejé que tomara cada milímetro, que me devorara. Nunca me había rendido de esa forma en cada instante. Las pesadillas que recientemente habían invadido mi vida fueron desapareciendo, y no hubo nada más allá de nuestra piel ...



2 comentarios:

  1. no hace falta decirte lo que me parece verdad?? =D
    cariño.. es increibleee! enserio... ^^
    un besazoooooo!!!!!

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