Cada noche, salía al balcón a fumar. Allí fuera hacía tanto frío que podía tirarme horas y horas dejando que el viento helara mis pensamientos; Era mi técnica favorita para evadirme del análisis ajeno que tendía a lapidarme muy a menudo. Luego, cuando volvía a entrar al salón, cogía mi cámara, las llaves, y daba una vuelta. La playa era mi sitio favorito, podría tumbarme mirando la luna durante meses, pero que no amaneciera nunca. Entonces, me dedicaba a hacerle fotos a las constelaciones...
Después, volvía a casa y me dirigía hacia él. Siempre le daba un beso en la frente, y él se levantaba a traerme un tazón de cereales. Se sentaba detrás mío, para que me pusiera encima, y así observar más detalladamente los lunares de mi espalda. No sabía nunca qué hacía cuando me iba, tampoco preguntaba. Pero supongo, que le gustaba el misterio que sostienen mis pasos.
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